Wilson Burbano, cineasta ecuatoriano, rodando una escena de “Markovka” en Bakú-Azerbaiyán
CINE: conversación, grito, silencio… entre el ojo de mis latidos, el vacío y la luz.
Con la frase anterior trato de sintetizar mi visión como realizador cinematográfico y desde allí embarcarme en la búsqueda de propuestas poéticas de nuestra cinematografía local.
El Ecuador, territorio acrisolado, donde confluyen y refluyen profundas y altas corrientes en planos acuíferos, terrenales y aéreos alumbrados por una luz vertical que azota contrastes pero al mismo tiempo permite al ojo palpar una rica cromática de infinitas conjugaciones; con una historia esculpida en el viento y la sangre, entre mitos, fábulas y alquimias de preciosos metales y el constante llanto de un hijo que trata de nacer, lo mínimo que se merece, así como obras de poetas y escritores monumentales: Cesar Dávila Andrade y un Pablo Palacio, entre otros admirables, es también el parto de un cine consecuente con el espíritu poético de su historia y geografía.